Una vida prestada fue un encargo de su editora. Pero a veces un encargo se convierte en una obra más importante e imperecedera que otra proyectada desde la voluntad individual, desde la libertad de la elección, desde la ansias por contar el mundo que solo tú crees conocer. Con los libros buenos lo mejor es dejar que los críticos y los periodistas de actualidad hagan su trabajo y semanas después -cuando uno intuye que las aguas se han calmado- tomarlo entre las manos, leerlo en silencio y llevarle flores cuando lo termina.
Berta Vias Mahou (Madrid, 1961) escribió Una vida prestada después de que Lumen le propusiera hacer algo con la vida de Vivian Maier (Nueva York, 1926-Chicago, 2009), la fotógrafa descubierta hace apenas una década después de que John Maloof, un joven historiador americano, adquiriera por una irrisoria cantidad de dólares un baúl lleno de negativos. En estos años se ha restablecido su memoria, se ha descubierto el talento que poseía y, con la satisfacción que da encontrar la última pieza de un puzle, se ha completado el vacío que ella voluntariamente había querido preservar.
Pero Una vida prestada no es una biografía. Es una novela, y BVM lo quiso así desde el principio. La autora, que ha traducido a Goethe, al bueno de Stefan Zweigo al implacable Joseph Roth, ha vuelto a fijar con Vivian Maier su atención en los extraños y las esquinas, en individuos de interés lejano, orillados, que encierran una vida de rarezas y unicidad que merecen narradoras así. Ya lo había hecho antes en Yo soy el otro (en Acantilado), el relato de aquel pobre novillero que se parecía tanto al Cordobés, pero que para su desgracia jamás se llevó a la boca una maldita migaja que sí saboreó el otro. Se diría que la autora busca en esas orillas apartadas, en esas pérdidas, una respuesta a las ansias humanas, una solución o una puerta de salida cuando alguien en lugar de la fama y la celebridad halla solo soledad, desilusión y olvido. O, por el contrario, las razones en apariencia incomprensibles que hacen que una mujer de una extraordinaria valía, consciente de su talento, de su delicada mirada, de su extrema y obsesiva dedicación a lo que en realidad amó, renunciara en vida a la celebridad que le habría proporcionado su trabajo, pero guardara su obra consciente de que cuando ella faltara alguien sabría apreciar su verdadero valor.
Se ha podido completar el puzle de la vida de Maier, pero BVM hace algo que a mi me interesa más: Ofrece las respuestas que las biografías rara vez consiguen traducir. En su ficción habita una realidad, un juego de espejos que desdobla la mentira de la verdad, el oxímoron del que están hechas todas las vidas, eso que al fin solo la literatura puede interpretar. Se sabía que fue niñera, que tuvo una sagaz opinión de los artistas de su época, que conoció de lejos a alguno, que despotricó (con toda la razón) del melifluo Dalí, que conoció a hombres de los que quiso apartarse por miedo a enamorarse, a acabar dolorida o a centrar en ellos la atención que solo la fotografía merecía. Anduvo en Nueva York, luego se largó a Los Ángeles y acabó en Chicago. Hizo algunos viajes fuera de Estados Unidos y comprendió mejor el lenguaje de los niños que el de los adultos. A través de Vivian Maier, BVM nos enseña los mimbres de los que está hecha la creación y con una inteligencia exquisita nos previene que es más fácil mirar la vida por la lente de un objetivo que hacerlo a secas, sin instrumento alguno.
Berta Vias Mahou ha firmado un texto delicado, habitado por los matices, de lectura lenta, de mirada profunda, de ojos despiertos como los que la protagonista mantuvo siempre con sus máquinas Rolleiflex de doble lente que le permitían disparar sin despertar sospechas. Luego he sabido que la autora firmó el manifiesto No nacemos víctimas y eso, para qué negarlo, la hace aún más inteligente, más narradora, más rica, más afirmadora de que solo el talento iguala.
recuperadode:
http://www.elmundo.es/andalucia/2018/03/27/5aba1b73468aebf0118b4576.html
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